martes, 15 de febrero de 2011

Mujeres y Blues. 25 años en el camino

Mujeres y Blues. 25 años en el camino
por Tere Estrada. 23/01/2003


“Y cuando cantas el blues y dices tu verdad
en verdad yo te comprendo, baby
 yo sé como te sientes,
y cuando cuentas todos tus secretos de amor y  te sientes sola
por favor pídele a Dios que no falte a tu lado
quien cante contigo una estrofa más
porque eres una dama cantante
porque eres una rocky woman
porque eres una lady singer”
Mayita Campos

Los músicos de blues son valorados por su pasión. La esencia de la música negra es la expresión de los sentimientos y las posibilidades de expresión dependen de las cualidades vocales. Se manifiestan emociones por medio de las palabras, risas, gritos, silbidos, lamentos, gemidos, gruñidos y pujidos. La ejecución es única e irrepetible y los escuchas se vuelven parte de ella. 
En México, la pioneras del blues fueron Mayita Campos, Baty Bátiz, Norma y Rubí Valdez, Macaria, Sola y Ginny Silva del grupo Los Stukas,  quienes se iniciaron a fines de los sesenta y principios de los setenta. Ellas empezaron con esta escuela emparentada con el soul, el gospel y el rhythm and blues. Después vinieron otras camadas: Carmen Hernández Ochoa de La Fachada de Piedra, Yekina Pavón y María Montejo, Maggie Mei (Magdalena Barbosa de Las Bennet) en los setenta; Betsy Pecanins, Nina Galindo y Hebe Rosell, en los ochenta; Rosina Conde, Alma Blues, Verónica la hija de Mayita y yo en los noventa; Laura Koestinger y Evelyn/Automarginados en el 2000.
El pasado sábado 25 de enero [del 2003] en el Museo de Culturas Populares se llevó a cabo el festival 25 Años Bluseando, Encuentro de Mujeres organizado por Mayita Campos en el que participaron también Betsy Pecanins, Nina Galindo y Tere Estrada. Alrededor de 500 personas abarrotaron el Patio Jacarandas del Museo. En esta gran fiesta niños, abuelitas y adolescentes aplaudieron y cantaron. El blues no tiene límite de edad, abarca todas las generaciones.
Mayita Campos es una sobreviviente de muchas tempestades. No zozobró cuando ella y muchos compañeros de su generación fueron atacados por vivir en las  comunas, fuera de los moldes de la familia mexicana. No zozobró cuando se cerraron los espacios para el rock en México después de Avándaro y los grupos se refugiaron en los hoyos fonquis en condiciones terribles. No zozobró cuando tuvo que mantener a su familia y convertirse en cantante de apoyo de artistas del consorcio televisivo.
Mientras Mayita estudiaba canto en el Conservatorio Nacional de Música, Betsy Pecanins causaba conmoción en el público que provocaba portazos en el Museo Universitario del Chopo y Nina Galindo se involucraba con los compositores del movimiento rupestre en la década de los ochenta. Entre tanto yo iba descubriendo el rock en México y escuchaba en Radio Educación a Emilia Almazán, Nina Galindo, Cecilia Toussaint y Betsy Pecanins.
En los ochenta mientras la gran mayoría de las mujeres roqueras de esa época hacían sus pininos en la producción independiente, Betsy Pecanins logró ingresar al elenco de una compañía trasnacional y obtener una difusión más profusa de su trabajo. Exhibió la necesidad de expresarse a todo pulmón y buscar alianzas para hacer un trabajo de calidad. Enfrentó el miedo de las compañías trasnacionales a apostarle a un producto “raro” según sus cánones. En 1985 Betsy Pecanins y Papa John Creach ofrecieron juntos un concierto en el Teatro Angela Peralta. Norma Valdez también alternó con él  y con John Lee Hooker en los festivales de Blues que se hacían en el Auditorio Nacional  durante los ochenta.
Mayita Campos compuso la canción “El último blues de la ciudad”, quizá este título tenga más que ver con Nina Galindo por su sensibilidad y acercamiento al blues urbano, chilango, de arrabal. Nina le canta a la ciudad abandonada, a la mujer abandonada, a la artista desolada entre tragos de anís y humo de cigarro.
Disqueras van, disqueras vienen, parejas van, parejas vienen, músicos van músicos vienen, pero el blues una vez que te roba el corazón jamás se va de tu vida. Nunca te abandona. No está de moda y su único requisito es la autenticidad. Es como una vieja bruja que acompaña tus momentos de soledad, de tristeza, de gozo, de cachondería; gruñe y grita o susurra despacito, te dice qué y cómo cantar para sanar tu alma, para liberar tus demonios.


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